Vivimos en un mundo obsesionado con las apariencias, donde la belleza se mide por estándares artificiales, el éxito por logros temporales y el valor por la cantidad de “me gusta” o aplausos que recibimos. Pero, ¿y si todo eso se desmoronara mañana? ¿Qué quedaría de ti si tus logros se borraran, tu cuenta bancaria se vaciara, y nadie te reconociera al caminar por la calle
La respuesta bíblica es clara: nuestra verdadera identidad no se construye con cosas externas, sino que ya ha sido definida por Aquel que nos creó y nos rescató.
LA APARIENCIA FÍSICA ES COMO UNA ILUSIÓN QUE SE DESVANECE.
La belleza física es pasajera. Proverbios 31:30 lo resume sin rodeos:
“Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada.”
La Escritura no desprecia el cuidado personal, pero nos recuerda que la belleza que realmente importa no es la que se ve, sino la que se vive. Dios no se impresiona con el exterior. Cuando ungió a David, le dijo a Samuel:
“Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
LOS LOGROS SON COMO UNA CORONA QUE SE OXIDA.
En el sistema del mundo, tu valor aumenta con tus logros: títulos, méritos, diplomas. Pero el apóstol Pablo lo consideró todo como basura comparado con conocer a Cristo:
“Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Filipenses 3:7).
No eres lo que haces. Eres lo que Cristo ya hizo por ti en la cruz. Tus logros pueden abrir puertas, pero solo Cristo puede darte identidad eterna.
LAS RIQUEZAS Y EL PODER SON COMO ÍDOLOS MODERNOS CON PIES DE BARRO.
Jesús fue claro: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). Las riquezas no son pecado, pero sí lo es hacerlas nuestro dios.
¿Y qué decir del poder y el reconocimiento? También se desvanecen. Jesús nos mostró que la verdadera grandeza es servir
(Marcos 10:43-45). El que se aferra al poder terminará vacío. El que se aferra a Cristo, será lleno.
Entonces… ¿dónde está mi verdadero valor?
Tu valor está en la cruz. Está en ser hijo o hija de Dios. Efesios 1:4-5 lo declara gloriosamente:
“Nos escogió en él antes de la fundación del mundo… para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo.”
Tú no vales por cómo luces, por lo que ganas ni por lo que has logrado. Tu valor está sellado con la sangre de Cristo. No se gana, no se compra, no se pierde. Se recibe por gracia tal como declara Efesios 2:8-9 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.
UN LLAMADO AL CORAZÓN
“Deja de correr tras espejismos. Hoy, vuelve tus ojos a Jesús. Que tu identidad no fluctúe con tus logros, tu imagen o tu cuenta bancaria. Tú eres amado, redimido y llamado por Dios”
No pongas tu identidad en castillos de arena. Ponla en la Roca eterna que es Cristo.